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Una sex-simbol de "La Belle Époque"

La Bella Otero

La bailarina conocida como La Bella Otero. Uno de los personajes más destacados de la Belle Époque francesa en los círculos artísticos y la vida galante de París.

Esa mujer para quien la joyería Cartier diseñó en exclusividad un collar de diamantes que costaba quinientos millones de francos, esa dama que bailaba en los salones y sentaba a su mesa a lo mejor de la sociedad mundial. Ella a quien D'Annunzio envió unos versos antes de ir a visitarla, la señora por la que Eduardo VII viajaba de Londres a París con bastante asiduidad, la mujer por la que el Zar Nicolás de Rusia llegaba a la Estación del Este de incógnito con una joya de la corona para regalarle en cada encuentro, dama a quien retató Julio romero de torres, la mujer de la que el Káiser Guillermo II presumía delante de todas sus amistades… Esa mujer que conquistó París.

Nació en Ponte de Valga Pontevedra 1868 y falleció en Niza 1965. Era hija de madre soltera que descuidó su educación. Agustina Otero Iglesias (ambos apellidos le venían por parte de madre, puesto que el padre nunca reconoció a la niña como hija suya), tras padecer una agresión sexual a los diez años, huyó de casa y no volvió nunca más a su pueblo natal. Tras la fuga decidió cambiar su nombre de pila por el de Carolina.

De carácter alegre, pronto dejó ver su innata vocación artística y empezó a demostrar sus habilidades. Haciendo gala de un temperamento fuerte, díscolo y rebelde, se enamoró a los catorce años de un joven llamado Paco, con quien se fugó una noche para ir a bailar a un local nocturno. El dueño de aquella sala quedó fascinado por el modo de danzar de la joven Carolina, hasta el punto de ofrecerle un contrato y pagarle dos pesetas (un dineral por aquel entonces).

La pareja, alentada por este éxito incipiente, decidió ir a Lisboa en busca de mayor fortuna, y allí la Otero trabajó como bailarina durante un tiempo. Sufrió entonces su primer desengaño amoroso al ser abandonada por Paco, a quien siguió hasta Barcelona. Allí trabajó en el Palacio de Cristal antes de partir hacia Marsella y luego a París. Allí quiso estudiar baile y dar sus primeros espectáculos. Su belleza y su buen hacer la convirtieron rápidamente en un personaje consagrado, sus actuaciones le procuraron toda una legión de admiradores, fascinados por su aspecto de mujer gitana.

La pasión que los hombres sintieron por ella fue irresistible. Según cuenta en sus memorias, tuvo que escapar por la ventana del salón donde la había encerrado con llave el gran duque Nicolás de Rusia, el intenso frio le provocó una neumonía que la tuvo tres meses en cama en el palacio del príncipe Pedro. Otros se suicidaron por su amor o gastaron verdaderas fortunas para conseguirlo. Otero, a pesar de sus éxitos profesionales, había conseguido ascender en el mundo artístico gracias a que ejercía la prostitución y se hizo amante de hombres influyentes. En la Belle Époque era habitual y los hombres que podían pagar las astronómicas sumas que costaban estas cortesanas conseguían prestigio. Otero era una de las más famosas y cotizadas de la alta sociedad parisina.  Entre los que la amaron se estaban el emperador Guillermo II de Alemania, el barón de Ollstreder (arruinado en Montecarlo por su culpa), fue amante Nicolás II de Rusia, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España, Eduardo VII de Inglaterra, Aristide Briand (con quien tuvo una relación entrañable hasta la muerte del político) y Cornelius Vanderbilt, entre otros. Según ella misma cuenta, un banquero de nombre Berguen le ofreció 25.000 francos por pasar media hora en su habitación, compromiso que ella aceptó. Toda una generación de poetas, pintores y políticos se rindió, batió y arruinó ante su belleza y poder de seducción. Toulouse-Lautrec le dedicó una obra a pastel conservada en el Museo de Albi, y el gran poeta José Martí le dedicó también algunos versos...

Así, hacia 1900, era ya todo una sex-simbol de "La Belle Époque" parisina, triunfadora tanto en los escenarios del teatro como en los del amor. Su vida, si bien giraba en torno a París, transcurrió también en países como Argentina, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra, Hungría, Austria, Rusia y Japón, en todos los cuales fue aclamada como una mujer verdaderamente excepcional. Pero a los 45 años, cuando se encontraba en pleno auge artístico, se retiró de los escenarios, se estableció en Niza donde vivió hasta su muerte totalmente arruinada, sola y viviendo de una pensión del Casino de Montecarlo, en agradecimiento de los millones de francos que allí se dejó.

Otero llegó a reunir una fabulosa fortuna que desgraciadamente perdió en los casinos de Montecarlo y Niza, puesto que padecía de ludopatía. Fueron suyos el collar de la ex emperatriz Eugenia, otro de la emperatriz de Austria y un collar de diamantes que había sido propiedad de María Antonieta. Se calcula que por aquel entonces su fortuna ascendía a unos dieciséis millones de dólares, lo que suponía en aquel tiempo una cifra exorbitante.

Nunca se casó. De su vida se han escrito varias biografías y se han hecho películas y series para la televisión. Debido a que Otero inventó parte de su pasado para obviar hechos como su violación o sus orígenes extremadamente humildes, muchas biografías, películas u otros trabajos en torno a su persona tienen datos inexactos y hechos que nunca sucedieron de verdad.

La Bella Otero falleció en Niza cuando contaba 96 años de edad. A pesar de las fortunas que pasaron por sus manos en vida, en el momento de su muerte sólo tenía 609 francos, que donó a las familias más necesitadas de su Valga natal.

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