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Polos opuestos, ánodo y cátodo, Zweig y Roth… sin embargo amigos

Sus temperamentos no podían ser más contrapuestos. Roth era vehemente, mitómano, compulsivo, impertinente, sincero hasta la grosería y tremendamente pesimista. En su intercambio epistolar, no escatima quejas, juicios implacables, chantajes emocionales, injustas recriminaciones y una notable caradura, que le permite pegar sablazos a diestro y siniestro.

Stefan Zweig (Viena, 1881) hijo de una próspera familia judía es un hombre culto y refinado: amable con sus adversarios, generoso con sus amigos, conciliador en el debate político, dueño de un castillo, mundano y autor de best sellers. Joseph Roth (Brody, Imperio Austrohúngaro, 1894) también era judío, pero profesaba el catolicismo y era un ferviente monárquico. Alcohólico sin otro temor que la sobriedad y la claridad de juicio, no es egoísta, pues el dinero que le prestan sus amigos acaba muchas veces en los bolsillos de escritores pobres. En los años veinte Roth es un periodista de éxito, pero escritor del montón, más admirado que leído la fama llega con Job y La marcha Radetzky, sus libros no tardan en ser prohibidos, en un momento en el que ser un intelectual librepensante y semita en lengua alemana no podía ser más peligroso. Roth gana dinero con sus libros y artículos, pero su mujer sufre esquizofrenia y su cuidado exige grandes sumas. El resto se lo gasta en tabernas, enlazando una borrachera tras otra, es una espiral autodestructiva que acabará con su vida en 1939.

                                                                            

Mientras Zweig pone orden en la vida de Roth, los amigos ven avanzar las sombras sobre Europa. Temen que Goebbels consiga convencer al mundo de las intenciones pacíficas del régimen nazi. No se hacen ilusiones: «Los judíos orientales no tienen patria en ninguna parte, pero sí tumbas en cada cementerio». Zweig le invita a comer y no cesa de prestarle dinero, sin ignorar que nunca lo recuperará y Roth siempre encuentra excusas para pedirle más, sin ocultar el resentimiento que le produce la ayuda de su amigo. Lejos de mostrarse agradecido reacciona con desdén y rabia. Aunque reconoce el genio de su benefactor, se atreve a sugerirle cambios en sus textos, que incluyen consejos sobre adjetivos, situaciones y desenlaces. Incomprensiblemente, Zweig responde con paciencia y cortesía.

En 1936 Stefan Zweig se ha convertido en una estrella de la literatura. No hay un autor en lengua alemana que venda más que él: su nombre es tan conocido en el extranjero como el de Thomas Mann. Sueño que empezó a desvanecerse cuando los nazis queman sus libros en la plaza de la Ópera en Berlín.

Ese día también quemaron los libros de su amigo. Pero el calvario de Roth empezó primero: sus obras fueron prohibidas en cuanto Hitler tomó el poder. Antes de emprender el camino del exilio, le escribirá a Zweig: «Gobierna el infierno»; no siga alojándose en los hoteles caros; ahorre dinero; beba menos… Roth está preocupado pero ha vivido «más fines del mundo» “¿es que nadie se acuerda ya de la Gran Guerra?”

«Alemania está muerta. Para nosotros, está muerta… Ha sido un sueño. ¡Véalo de una vez, por favor!». De esta manera se dirige Joseph Roth a su gran amigo Stefan Zweig, con quien mantuvo una singular y reveladora correspondencia que les permitió compartir intereses literarios, afinidades intelectuales, consejos personales y confesiones sentimentales. La editorial Acantilado publica en 2009 “Cartas (1911-1939) correspondencia de Roth” texto que con la traducción de J. Fontcuberta y Eduardo Gil Bera aporta un valioso retrato íntimo de ambos.

Roth, muere en una taberna de París tres meses antes del estallido de la II Guerra Mundial, un ataque al corazón terminó con su vida y sus penurias. Exiliado en Brasil Zweig se suicidará envenenándose junto a Lotte Altmann, su segunda mujer. Antes de suicidarse dice: «Los exiliados no llegaremos a viejos» De esta manera terminarían 12 años de profunda amistad

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