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Un documento histórico, un texto inédito de enorme interés periodístico y literario, un relato muy cercano de gran valor testimonial.

Se trata de la crónica real de un padre y su hijo, que cuentan su experiencia en varios campos de concentración franceses tras la caída de la II República, en el invierno de 1939. El padre, José María Lamana, escribió su diario mientras vivió su experiencia en los campos. En 1985, su hijo Manuel recuperó el diario de su padre y decidió añadir el suyo propio, a partir de sus recuerdos y de la crónica de su padre.

Manuel Lamana fue el segundo de cuatro hermanos. Su padre, José María Lamana, militante de Izquierda Republicana y funcionario de Hacienda, era en los años de la guerra civil, Administrador General del Monopolio de Tabacos y Fósforos. En febrero de 1939 pasó la frontera de Francia desde Figueras (donde estaba instalado en Gobierno de la República) junto con su madre y sus dos hermanos menores. El mayor había caído prisionero de los franquistas en la Batalla del Ebro.

En 1941, para escapar de ser enviado a Alemania en una compañía de trabajo obligatorio, regresa a España, donde se matricula en la Universidad de Madrid y participa en los movimientos estudiantiles de oposición al régimen franquista, lo que le lleva a conocer las cárceles del régimen en varias ocasiones. En 1947 junto a Nicolás Sánchez Albornoz es condenado a seis años de prisión por intentar la reconstrucción del antiguo sindicato estudiantil clandestino FUE.

Manuel Lamana, con Sánchez Albornoz “hijo” fueron protagonistas de una espectacular fuga del Valle de los Caídos o Cuelgamuros. Aprovechando su trabajo de oficinistas, se escaparon a El Escorial y fueron ayudados por Bárbara Salomón Probst. Esta había comprado un coche con el dinero del famoso novelista norteamericano Norman Mailer, y les recogió en El Escorial. Lamana y Albornoz tomaron luego el tren hasta Barcelona y pasaron clandestinamente la frontera, hasta Francia, por el Pirineo catalán.

Nicolás Sánchez-Albornoz, (centro) Manuel Lamana (izq.) e Ignacio Faure (dcha.), en Cuelgamuros.

El hermano de Juan Benet, Francisco, fue quien planificó todo el asunto, asunto que supuso el primer golpe propagandístico contra el Régimen. No hay que olvidar que estamos en 1948. Tan sonado fue que, con posterioridad, todos sus protagonistas se sintieron obligados a escribir sobre el asunto: Manuel Lamana lo hizo en su novela Otros hombres; Barbara Probst Solomon, en su delicioso libro Los felices cuarenta y Nicolás Sánchez Albornoz en Cárceles y exilios. Luego Fernando Colomo rodó una película basándose en esta fuga, Los años bárbaros, con Juan Echanove embutido en su uniforme azul de falangista.

Manolo Vázquez Montalbán: “Manuel Lamana era el escritor que nos faltaba para entender la travesía del desierto de la posguerra”.

José Agustín Goytisolo: “Debió de ser poco después de la muerte del dictador Franco; es decir, unos tres años después, hacia 1978. El nombre de Manuel Lamana era, para los antifascistas españoles, algo mítico; ya en París, en 1966, me habló de él Martínez, director de la revista y editorial Ruedo Ibérico. Supe entonces que había sido detenido por la policía española, acusado, junto a Nicolás Sánchez Albornoz, de intentar refundar en Madrid la disuelta Federación Universitaria Española (FUE), y condenados ambos, en 1947, a varios años de trabajos forzados en el monstruoso y faraónico Valle de los Caídos. Este calenturiento proyecto de Franco fue diseñado para ser panteón de él y de su gente. Hoy su momia está allí, bajo una enorme y pesada losa de mármol (él, que era casi enano: así le denominábamos en vida)”.

 

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